La fábrica

La única fábrica de cerámicas del país Está de vuelta gracias a sus trabajadores, que hicieron de la ruina empresarial el emprendimiento autogestionado más grande de Uruguay. Entre incertidumbres y esperanzas retorna también la vida del pueblo, que durante cinco años padeció el cierre de la única fuente laboral propia, de la que depende buena parte de los habitantes.

 

Si Empalme Olmos hubiera estado más lejos de Montevideo, el cierre de Metzen y Sena en 2009 lo hubiera convertido casi con seguridad en un pueblo fantasma.

Pero si la emblemática fábrica de porcelanas hubiera estado ubicada en la capital, su recuperación habría sido casi imposible: todos sus trabajadores se habrían dispersados, y el efecto sobre el pueblo, a la larga, hubiera sido el mismo. “Hay una identificación casi total entre pueblo y fábrica. Empalme sin la fábrica era una lágrima.

Ahora le está cambiando la cara”, dice a Ajena Luis González, uno de los directivos de la Cooperativa de Trabajadores Cerámicos (CTC), que se hizo cargo del predio y las instalaciones de Metzen y Sena y puso a funcionar “bajo control obrero”, luego de que su ultimo propietario capitalista, Alejandro Barreto, las dejara hechas una ruina.

Julio es hijo y hermano de trabajadores de Metzen y Sena. Vive en Empalme Olmos desde que nació, hace 40 años, y es de los que piensan que “sin la fábrica no da lo mismo: en eso Empalme es bien un pueblo `de afuera ́, de esos que dependen prácticamente de una sola fuente laboral propia, que cuando falta la notás como si te quedaras huérfano, y si por milagro reaparece, hasta el aire cambia”

El 3 de diciembre de 2009, el día que los portones de la fábrica se cerraron por primera vez en 77 años y se inició el proceso de apagado de los hornos, Metzen y Sena empleaba a 753 trabajadores, 90 por cientos de ellos residentes de Empalme

Olmos (en una tercera parte mujeres, algo no común en una planta industrial). “Es cierto que llegamos a ser mil más, pero la gran mayoría de los habitantes, de manera directa o indirecta, dependían de la fábrica”, dice Patricia, administrativa, empalmista de relativa nueva cepa (“vine de uno de esos pueblitos de 40 o 50 quilómetros a la redonda que fueron entrando en decadencia”). El cierre significó que durante cuatro años, hasta la reapertura, en hogares que tenían hasta cuatro de sus integrantes trabajando en la fábrica pasara a ingresar la mitad de lo que ingresaban, que se quedaran sin actividad camioneros y fleteros, jardineros que cortaban el pasto de las casas de los trabajadores y muchachas que les cuidaban a los hijos, que los comercios vendieran mucho menos o lisa y llanamente se fueran a pique, que en el pueblo “la angustia, la incertidumbre” se convirtieran en las sensaciones más extendidas.

“Se terminó una desbandada”, aseguró a Ajena Luis Gonzáles. Sobre todo una desbandada social, precisó Andrés Soca, secretario de la CTC. “Algunos tuvimos miedo de que Empalme cayera en una depresión colectiva. De eso no había habitualmente, pero aquí el índice de suicidios es alto, tradicionalmente alto. Nos temimos que el cierre de la fábrica los disparara. Entre las doscientas y pico de trabajadoras había una buena cantidad de madres solteras.

“Todos los que trabajábamos en la fábrica sabíamos lo que daba, que era viable y nos agarramos a eso”. En las ollas populares pautaron el primer año largo de esperas. “La primera navidad fue terrible y la segunda `fue fundamental la gente ́. En Empalme se realizaron festivales, rifas y colectas para mantener a los `olmistas ́ sobre todo a las mujeres jefa de hogar. “Había una convicción general de que la reapertura no podía demorar mucho, pero las cosas se eternizaron”. “Hasta que conseguimos la entrega precaria de las instalaciones, pasaron más de tres años, y durante ese período nos hicimos cargo nosotros de mantener la planta industrial”.

La idea de “refundar” la empresa de manera cooperativa fue la que primó, invitando la dirigencia del sindicato a todo el personal a adherir, para poder ser parte de la cooperativa o retirarse. Más de 500 de los 750, se interesaron. En agosto de 2010 nació formalmente la CTC.

El antiguo propietario que había dejado una deuda de más de 100 millones de dólares, junto con personal de su confianza, promovieron una ofensiva que consistió en intentar convencer a trabajadores y habitantes del pueblo de que nunca una fábrica como esa podría funcionar “bajo control obrero”. El uso precario que podríamos haber conseguido casi enseguida debido a esta ofensiva recién se logró en noviembre de 2012.

Luis González admite que “la lucha para probar que los trabajadores podemos hacernos cargo de la empresa la tenemos que dar dentro mismo de los cooperativistas. No todos entienden que ahora la empresa les pertenece y que de cómo ellos trabajen, dependerá su propio futuro y de todo el pueblo. Es un combate de todos los días, que por suerte vamos ganando.

Desde que la CTC puso a rodar nuevamente, la fábrica con 362 cooperativistas y 10 empleados, ha ido recuperando espacios en un mercado que había sido copado por los importadores. “Tuvimos que demostrarles también a los clientes que éramos capaces de hacerlo y sostenernos”.

Este mes nos demoraremos unos días en pagar los sueldos, porque son lo último que pagamos, el resto está al día. El equilibrio sería alcanzado en julio. Los sueldos son muy inferiores a los que pagaban la vieja empresa capitalista, quizás eso incida para que en el pueblo aún allá algunas dudas, pero el pueblo ya ha cambiado, es notorio que las cosas aquí han cambiado y esta lo más importante, completa Luis González. Se quebró la incertidumbre, los trabajadores hemos logrado poner a funcionar la fábrica, pero uno de nuestros grandes objetivos que nos hemos fijado está por cumplirse, que Empalme no se convierta en un pueblo fantasma.

Una vez más los trabajadores uruguayos nos demuestran que con organización, sacrificio y lucha, todavía se pueden lograr cosas más allá, que algunos digan que son imposibles.

Salú.

Arriba los que luchan, siempre.

Texto: Daniel Gatti

Revista Ajena