Pero acá en Santa María, donde nació Onetti, y donde me perdí yo, tenemos la más larga celebración y veneración a ese dios pagano. Que llegando en febrero, le da rienda suelta al disfraz, a la careta, al sarcasmo, a la serpentina, al tablado, a la loca permisividad, al tablado, al papel picado, a las caras pintadas, a los amores fugaces entre Colombina y Pierrot, y la murga dice tres.
El adn de un uruguayo pura sangre, tiene los siguientes componentes: fútbol, tambores, murga y asado, y mucho brindis con abrazos. El que lleva en la piel estas festividades y fue hechizado fulminantemente por la mirada de Colombina en su más tierna edad, queda preso a perpetuidad , suplicando cada año que ella llegue en el verano con un nuevo andar, para reencontrarse con ese gurí que miraba desde el piso un tablado con un mar de fondo.
Con los ojos gigantes, deslumbrado por la Escuelita del Crimen, vibrando con los tambores de las llamadas de Sur y Palermo.
Esto no se explica, este fenómeno sólo se siente en pleno plexo, te mueve los chacras, la identidad, te retrotrae al mundo perdido de la infancia, a los romances de barrio, al torbellino de recuerdos, a las guerras de agua, a los usares de Momo resistiendo la dictadura, a José Pepe Veneno y su soberana Marcha Camión con su sentir obrero, con gargantas obreras comprometidas con la clase popular.
Momo fue durante décadas el caballo de Troya. El sentir y pensar popular disfrazado de murga o de Chico, Repique y Piano.
Resistió la dictadura cívico militar, pero fue y es mucho más. Es el pulso de vida. Es la risa instantánea captada en una foto, la lonja en llamas, pan para la panza, pan para el alma, da todo a cambio de nada, ladrón de sonrisas, reflexión abierta, piel erizada en plena retirada.
Es pedregullo de lágrimas y abrazos, miles de noches cálidas, infinitas, eternas, donde se confunde el amanecer con las despedidas.
Es un esquizoide fenómeno de la alegría por el absurdo, el desfile más caótico de este universo y aledaños.
Es una parte de nuestro ser. Del ser y del será, del carnaval de las promesas, de la murga joven que acuna a los nuevos juglares que se desgañitan en cantos en cualquier esquina de cualquier barrio, en una lucha contra el tiempo para que no se extinga la tradición. Significa mucho, porque es el jornal del que vende chorizos y hamburguesas, del que abre un tablado, de un grupo cooperativo, los cuida coches, los dueños de conjuntos. Es el bálsamo de risas de los que menos tienen, es el momento en que se sientan las luchadoras familias uruguayas a olvidar tanta penuria cotidiana, tanto telenoche 4 sangriento, tanta guita que no alcanza. Todo eso, si Metzul quiere y no nos atormenta con sus tormentas, sus lluvias eternas, que suspenden etapa tras etapa, que eternizan al concurso.
Si no ligamos un poco, nos agarra el invierno y le vamos a tener que explicar, al General Invierno, lo que significa este breve lapso de sinrazón. No sé si tengo ganas de develarle ese secreto aunque no se apaguen nunca las bombitas amarillas. Salú
Fotografía y texto Guzmán Queirolo