Este relato fue realizado por la profesora Mariela Rodríguez del liceo "Mario Benedetti", la experiencia fue en octubre-noviembre del año 2014.
“Hemos sido seleccionados como institución educativa de Bachillerato para recibir adolescentes refugiados sirios. Ellos son: Nada, Ibrahim, Fátima, Sabbiya, Basel, Mohamed y Aisha. La idea es presentarles la institución educativa y que conozcan el funcionamiento de un liceo de Bachillerato.”
Así comenzaba el mail por el cual la Dirección del liceo 58 comunicaba a los profesores una noticia que iría a alterar positivamente el funcionamiento del último mes y medio de clases del liceo. De inmediato empezaron las actividades preparatorias de puertas adentro: dos compañeras de Historia armaron una charla sobre Derechos Humanos y algunos materiales audiovisuales que fueron presentados a su tiempo a cada uno de los grupos del liceo como manera de concientizar a los estudiantes de la difícil situación por la que habían atravesado las familias que estaban arribando a nuestro país, mientras el plantel docente tenía el privilegio de contar, en una de las coordinaciones semanales, con la presencia de la Dra. Susana Mangana, a fin de ubicarnos (en la medida de lo posible) en el contexto de un Oriente Medio que a la mayoría de nosotros nos resulta enmarañado, misterioso y prácticamente desconocido.
Las dudas eran muchas y de variados colores. ¿Los podíamos saludar con un beso? ¿Sabían algo de castellano, o al menos de inglés? ¿Tenían siempre un traductor con ellos? ¿Las chicas estarían con la cabeza cubierta? ¿Cuánto hacía que habían tenido que interrumpir los estudios? Lo único que no hizo falta preguntarse fue cómo los iban a recibir nuestros muchachos, que se manifestaron encantadísimos con la idea. Ya desde el primer momento empezaron a pensar carteles de bienvenida en el idioma de los visitantes y a porfiar para que se los incluyera en las actividades de integración que, como es lógico, no podían realizarse con la totalidad del alumnado presente.
La idea era que estos jóvenes pudieran tener un principio de acercamiento a una institución de enseñanza pública de bachillerato, no que comenzaran a asistir diariamente a un grupo en concreto, en el mes de octubre y con el escaso castellano que por entonces manejaban. En tal sentido se organizaron talleres de Expresión Plástica, Expresión Corporal y Teatro, Música y Coro, así como actividades en los laboratorios de Física, Química y Biología. Todas estas instancias se realizaron integrando a los nuevos visitantes y unos 20 o 25 estudiantes del liceo tratando de no generar una situación de exposición incómoda de los nuevos compañeros, sino de propiciar el trabajo en subgrupos, el acercamiento personal, la comunicación con palabras, gestos o dibujos.
Además se los invitó a participar en clases de Inglés y Literatura, materias más tradicionalmente asociadas con el manejo de la palabra, y aun allí se logró que la comunicación fuese exitosa y enriquecedora. Con la ayuda de su traductor los recién llegados (integrados espacialmente a la clase, pues con total naturalidad se dispersaron por el salón, evitando el armado de un “grupito” aislado) participaron activamente en todas las oportunidades que pudieron, nos contaron de sus familias, de su pasado y presente, descubriendo para todos lo que en teoría ya sabíamos pero en la práctica teníamos un poco de miedo de que no se diera: que los jóvenes llevan consigo la tolerancia, la esperanza y el respeto por el otro, más allá de las diferencias sociales, culturales, políticas e idiomáticas que a veces entorpecen las relaciones del mundo adulto.
Hubo muchas otras actividades, como un paseo a la playa, un acercamiento al candombe uruguayo, múltiples vías de facilitar su acceso a un mundo radicalmente diferente para ellos como lo es el nuestro. Y no hubo quién nos detuviera; ni siquiera el mal tiempo, como ocurrió la tarde en que se suspendió un encuentro en el Benedetti para contemplar el cielo nocturno junto a los profesores de Astronomía, en función de las nubes y amenaza de lluvia. El tema es que para cuando se decidió cancelar la observación ya un estudiante, Kevin, había llevado unos cincuenta pastelitos de dulce de membrillo hechos por su abuela para convidar a los recién llegados. ¿Qué hacer? Habían sido hechos con mucho amor como símbolo de un recibimiento con un bocado autóctono. Por suerte, la solución fue simple: si los sirios no pueden venir al Benedetti, el Benedetti va hacia ellos. Invitada por la profesora Gabriela, con Kevin y otras dos estudiantes, allá fuimos hasta el hogar Marista del km 16, con nuestra enorme caja de cartón llena de pasteles. Estaban bajo los árboles de un amplio predio, adolescentes y niños, y en seguida se acercaron. Uno de los traductores les explicó el por qué de nuestra visita, mientras algunos jugaban y otros nos sonreían o incluso preguntaban por alguno de sus nuevos amigos del 58, que no había sido parte de la comitiva de hoy. Los pastelitos quedaron para la merienda, que sería media hora más tarde. Cuando nos íbamos varios nos saludaron con un perfecto “¡chau!”, y nosotros volvimos al liceo con una sonrisa de oreja a oreja.
El año que viene estos muchachos quizá no retomen sus estudios en nuestra institución. Hay muchas variables para manejar; ni siquiera sabemos si estarán residiendo en la capital o en otros puntos del país, pero lo que sí sabemos es que desde la comunidad del liceo apostamos con ellos, igual que con cada uno de nuestros estudiantes, a la educación como camino liberador, a la integración social, a la convivencia pacífica y respetuosa de las diferencias; en suma, a la humanidad en su sentido más amplio.