De Estanbul a Bangkok, nueve horas de vuelo por Turkish Airlines. Una joven de Camerún está sentada a mi lado. Me enteraré que vive en una ciudad al norte de Tahilandia y da clases de inglés, que la situación laboral en Camerún para ella no era buena y gracias a un hermano que se instaló previamente consiguió trabajo. Seré formalmente invitado a visitarla.
Llegada al Aeropuerto de Bangkok, también llamado Aeropuerto de Suvarnabhumi, sorprende la moderna arquitectura del lugar y la diversidad humana que transita por ahí. Acero y cristal rodean a toda la luminosa estructura. Fue inaugurado en el 2006 y según leí por ahí es el quinto con más tráfico en Asia y se nota. Volveré tres veces a ese aeropuerto, para volar a cualquier punto del sudeste asiático hay que pasar por allí.
Gran recorrida por cientos de metros de pasillos por una cinta transportadora para realizar los trámites de control de pasaporte rutinarios con personal demasiado alto para la estatura media que veré en la población local. Larga fila de una diversa mayoría extranjera. Búsqueda del equipaje (léase mochila) con ayuda de carteles digitales que indican vuelo y lugar. Y por último, elección de transporte hacia la ciudad. En el segundo nivel, una señora sentada en una mesa plegable nos pide nombre y hotel y se encarga de localizar un taxi, escribirá los datos en tahi y se lo dará al tachero de turno.
Lo primero que veo es un gran cartel con la foto de los reyes, escena que se repetirá a lo largo del viaje por Tahilandia, estarán presentes en imagen en todas las calles, locales comerciales familiares o grandes tiendas, hostels, templos, etc. El taxi está interiormente recubierto de billetes de todo el mundo y figuras budistas, multicolor. En un mal inglés le indico al tachero el lugar al que quiero dirigirme, en otro mal inglés me responde y hacia allá vamos. Me hace pagar dos peajes, avivada tachero-tahilandesa, no discuto y pago. En el camino, primer problema, grandes columnas de personas marchando y portando banderitas de colores, atascando un ya caótico tráfico. El viaje se hace eterno, tengo suerte de que el aire acondicionado funcione, afuera ya hay más de 30 grados.
El tachero comienza a dar vueltas y vueltas con el taxi, ya en la zona donde pernoctaré por tres días, en Banglamphu. No encuentra el hostel. Se baja, pregunta y vuelve a andar, mi paciencia ya estaba agotándose, le muestro el mapa en donde está indicado la dirección exacta. Me dice tal lugar, en un callejón, cargo mochila y hacia allí vamos. No, no es ese, es el II y este es el I, como ya se lo había dicho anteriormente. Nueva búsqueda….por suerte era a tres cuadras de ahí. Llegada a mi “hogar” y segunda avivada tachero-tahilandesa, me cobra más por las vueltas dadas, el billete uruguayo que le regalé para incrementar su colección no dio mucho resultado. No discuto y pago. Entre sonrisas y sudorosos nos despedimos. Por fin había llegado a destino.
El Hostel está situado frente al Monumento a la Democracia, lugar de encuentro de las manifestaciones antigubernamentales. Esas columnas de manifestantes que habíamos cruzado con el taxi, se dirigían hacia ahí, donde permanecerán horas al principio y días enteros después, acampando. Transitaré por ahí entre vallados, motos, tuk-tuks, vendedores callejero, manifestantes y policías.
Ya en la calle, tomo por la Th Ratchadamnoen Klang y enfilo hacia el Wat Phra Kaew y el Gran Palacio. En el camino, unas ocho a diez cuadras, un mundo vive en la vereda, comiendo, descansando a la sombra, vendiendo, o esperando. Ruido, gente y suciedad se conjugan con amplias avenidas de caótico tránsito, donde cruzar una de ellas resulta una odisea y no hay semáforo que valga, las motos cruzan por cualquier parte y esto no es nada comparado con la ciudad de Ho Chi Minh en Vietnam.
Entro al recinto del Gran Palacio que está rodeado de una larga muralla y en el cual se encuentra el Wat Phra Kaew o templo del Buda Esmeralda y me maravillo por el colorido, las formas, los dorados stupas que tienen forma de campana, las fálicas torres multicolores llamadas praang, los tejados superpuestos. Hay que descalzarse para entrar a los templos en donde está el Buda esmeralda que tiene su pintoresca historia de guerras, pillajes y ocultamientos y que de esmeralda tiene la semejanza del color solamente.
Un barroco despliegue multicolor pasea ante mis ojos y se me escapan la mayoría de sus significados, por momentos parece que estoy en un gran y colorido parque infantil. En algún punto podemos asociarlos a las iglesias cristiano católicas, en lo concerniente a la adoración de imágenes, las ofrendas, las donaciones, las reliquias, etc. Demasiada gente cámara o tablet en mano, circulando sin descanso. Todo reluce, el naranja y verde están presentes por todos lados. Cristales y espejos de colores incrustados, porcelanas y nácar taraceados recubren las fachadas.
Figuras mitológicas mitad aves mitad humanos (garuda), serpientes, leones, reyes monos o demonios que funcionan como guardianes o protectores de los templos aparecen aquí y allá.
Cuando la masa de turistas decrece y empieza a atardecer, el sonido de los cristales entrechocando me producen la primera sensación de paz en este país y quizás logran el objetivo de los constructores de estos templos, lo cual no es poca cosa.