Guerra a los triglicéridos.


El señor Juan Esteban Martínez hacía varios años que no se hacía un chequeo médico. Su poca simpatía hacia los galenos había tenido su peso en su alejamiento de los consultorios; eso, y una reforma de la salud emprendida por el Estado, gracias a la cual resultaba mucho más engorroso acceder a las prestaciones mutuales.
A pesar de ello, y en virtud de su ya cercana jubilación, decidió realizarse un chequeo completo, a fin de empezar con todas las garantías esa nueva etapa de su vida, en la cual tenía cifradas altas expectativas.
Concurrió a la consulta, se realizó los análisis indicados lo antes posible (asombrado y realmente molesto del costo que insumían tales actividades), y cuando nuevamente consultó al médico, éste, al examinar sus resultados, le lanzó una frase críptica:
- Mmmmmm… veo que tiene un pequeño problemita con los triglicéridos.
El Sr. Martínez, modesto empleado administrativo del Ministerio de Ayuda Social, no tenía ni idea de lo que eran los triglicéridos; en ese momento, se preguntó si formarían parte de algún grupo terrorista. Tal idea lo atemorizó, ya que no tenía ni idea qué interés podía tener un grupo terrorista en su persona. ¿Acaso las fuerzas del mal estarían inoculando el terrorismo a todas las personas a punto de jubilarse? A lo mejor la vacuna contra la gripe era la punta del iceberg de una gigantesca conspiración a nivel mundial. ¿Por qué, si no, cuando un paciente como él y tantos otros hubieron reservado su hora con meses de antelación, pagado el precio de la consulta y permanecido en una sala de espera más tiempo de lo deseable, los visitadores médicos eran atendidos siempre en primer lugar? Emisarios del mal, sin duda alguna. Execrables individuos que intimidaban a los médicos de tal modo que no sólo los obligaban a atenderlos antes que a sus pacientes, sino a utilizar los medicamentos que promocionaban, sin duda bajo la amenaza de someterlos a horribles torturas. Respaldados, además, por las poderosísimas corporaciones que se hacían llamar “laboratorios”.
Tal vez debió preguntarle al profesional en cuestión de qué se trataba este asunto de los triglicéridos; tal vez así salía de su malentendido… Nunca se sabrá. Cuando a continuación, el médico le recetó unas pastillas para ayudar a bajar su número, el Sr. Martínez, realmente al borde del pánico, pensó que se trataba de un veneno que debía darles a los terroristas en cuestión. Imposible describir con precisión la avalancha de pensamientos que se atropellaron entonces en su mente. Creyendo que el médico fuera un agente secreto que lo había elegido para cumplir una importante misión, y por temor a la existencia de cámaras o micrófonos ocultos, agradeció la consulta y se retiró del lugar. En la farmacia de la mutualista le entregaron la droga prescripta. Se la guardó rápidamente en el bolsillo para evitar que alguien lo viera y se dirigió rápidamente a su casa.
Aunque la lectura del prospecto no le aclaró sus múltiples dudas, de la información que sí logró comprender es que se trataba de un veneno de amplio espectro, que podía causar la muerte de diversas maneras, sobre todo si se combinaba con otras sustancias. Su consulta por internet no arrojó más resultados que convencerlo de que los triglicéridos eran un grupo de extracción fundamentalista, que tenía abundantes preceptos dietéticos y variedad de prohibiciones. Es más, al parecer tenían un montón de potenciales seguidores, lo que, a su modo de ver, hacía más urgente hacer algo para combatir tan nefasta organización.
Aunque lamentó que su tiempo de retiro no fuera a ser el oasis de tranquilidad que esperaba, lo estimulaba tener una causa noble a la que dedicar sus esfuerzos. Ya se veía como héroe de la humanidad, anónimo, pero héroe al fin. Y tal vez, si su valentía lo ameritaba, quién sabe si no se le reconocerían públicamente sus hazañas, se le erigiera un monumento y las futuras generaciones cantaran himnos en su honor y recitaran versos aclamando sus proezas. Pero ya estaba bien de sueños, había que poner manos a la obra.
Actualmente, toda su atención está concentrada en trazar planes que le permitan ubicar las bases ocultas de los triglicéridos, a sus cabecillas o a miembros sueltos de la organización, capturarlos, recluirlos en un edificio que no llame la atención (el subsuelo que tiene su cuñado en la bodega para no declarar toda la producción, por ejemplo), administrarles el medicamento que el agente médico le proporcionara, y esperar la inexorable muerte que su ingestión seguramente les provoque, según lo indicado en el prospecto correspondiente. Si esto demorara más de lo previsto, el plan B es ahogarlos en la vinaza del año anterior.

Hija e'tigre

Por María Inés Peyrallo